La invención del ateísmo en México



Después de siglos de pensamiento cuasireligioso en México, el siglo XIX dio cuenta de las primeras manifestaciones seculares no solo a través de las instituciones políticas y su marcado anticlericalismo, fruto de la disputa por la hegemonía política, sino también en términos intelectuales y culturales. A decir de Carlos Monsiváis (2002), en 1937 se inauguró el ateísmo en la vida pública de la nación mexicana. Es conocido el relato de Ignacio Ramírez, el «Nigromante», quien a los 19 años solicitó el ingreso a la Academia de San Juan de Letrán en la Ciudad de México, rodeado por un ambiente de jóvenes intelectuales congregados en torno a la discusión literaria y científica, pero formados en la única cultura posible durante las primeras décadas del siglo XIX, la eclesiástica. 

Según consta en el relato de Guillermo Prieto, Ramírez sacó de su bolsillo una pila de papeles indistintos y leyó uno de ellos con voz «segura e insolente»: «No hay Dios». Tal declaración impactó como una bomba sobre los presentes. Como «la aparición de un monstruo», aseveró Prieto: «el derrumbe estrepitoso del techo, no hubiera producido mayor conmoción». El medio de un «clamor rabioso», el director de la Academia humanista reviraría: «Yo no puedo permitir que aquí se lea esto; es un establecimiento de educación».

En ese mismo siglo, la pérdida de autoridad eclesiástica se observaría en otro evento del anecdotario popular. En 1858 el gobernador de la Ciudad de México, Juan José Baz, se topó con un proyecto de trazo urbano que requería la demolición de una parte de un convento en la capital mexicana. El dispositivo urbano representaría la confrontación pública del poder político y del poder eclesiástico ya que el obispo de la capital se oponía fehacientemente a la construcción. El mismo día de la demolición, dice Monsiváis, un grupo de curas se parapetó en la azotea del convento exhibiendo cruces y amenazando a la cuadrilla de trabajadores con la excomunión. Ante ello, los constructores detuvieron su marcha, pero Baz respondió con un movimiento estratégico. El político mandó por una banda que interpretó la canción «Los cangrejos», compuesta por el mismo Guillermo Prieto unos años atrás. La letra de este himno contra los conservadores y curas, según observa Gabriel Zaid (1971), reza en uno de sus párrafos:

Murió la tiranía,
ya sólo imperará
de la Constitución
la excelsa majestad.
Por eso al que pretende
ad libitum mandar,
el pueblo grita airado
¡cangrejos, para atrás!


Ante tal algarabía, los obreros continuaron con la obra decretando la derrota de la figura conservadora. 

Regresando nuevamente a Monsiváis (2002), el siglo XIX, parece decir: «Dios aún existe, y poderosamente, pero los sacerdotes dejan de ser partículas divinas, mientras la secularización se nutre de las transformaciones en la política, la cultura y el comportamiento». 


Referencias:
Monsiváis, Carlos, 2002. Notas sobre el destino (a fin de cuentas venturoso) del laicismo en México, Fractal n° 26, p. 69.
Zaid, Gabriel, 1971. Ómnibus de poesía mexicana, Siglo XXI, México. 
Fotograma: Viridiana, 1961, Luis Buñuel. 

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