Aventuras de un sociólogo inocente

El sociólogo inocente nota que hay una concentración inusual de mujeres en el cabildo municipal del pueblo indígena donde realiza su investigación. Presto y decidido, el sociólogo se dispone a mirar las “interacciones”, cuando de pronto descubre que las mujeres, con hijos en brazos, están reunidas alrededor de un par de sujetos encargados del nuevo y radiante programa federal: PROSPERA.
Mezclándose entre los nativos, el ingenuo investigador escucha con cierta distancia, como ocultándose de los aplicadores bien peinados del programa social. Uno de los encargados, al parecer el “jefe” del otro –vestido de mezclilla azul y camisa blanca, con cierta entonación de “mirrey”–, se dirigía a las mujeres con autoridad espontánea, diciéndoles:
–Pues estos son los beneficios de la Reforma Energética, como les iba diciendo. ¿Les quedó claro a todas? Tienen que comunicarle a las titulares.
Las mujeres, acaloradas y dispuestas en una especie de parroquia improvisada, se volteaban a mirar incrédulas y confundidas. Una intérprete tzotzil les repetía el discurso del trabajador social, subrayando las “fantásticas” ganancias que iba tener el pueblo: ¡los cuernos de la abundancia, manito!
–Con esta reforma ya no habrá aumentos en el gas, ni en la luz, ni en la gasolina y, por ejemplo, el teléfono ya será más barato. Porque ahora todas las llamadas son locales. –Continuó el impresentable orador, prometiendo el paraíso.
El sociólogo intrépidamente sacó su celular y tomó algunas fotografías, cuidándose de no ser descubierto por los trabajadores federales ni por los pobladores. Al heredero bastardo de Weber y Durkheim le habían contado que las mujeres estaban reunidas para renovar su identificación de beneficios, pero nunca le advirtieron que, además, el acto era una faramalla de estrategia política.
Alguna mujer tímidamente le dijo que no era cierto que el teléfono era más barato, señalando su celular. El encargado entonces espetó:
–¡Es que se la pasan en el feisbú, así cómo! Y todas rieron como en espectáculo circense.
Una mujer del fondo, mucho más avezada que las demás, le dijo:
–Acá tenemos una duda, oiga, eso que usted dice, pues, pues, ¡es mentira! En diciembre compré un gas a tanto dinero, y recién compré otro que me lo vendieron más caro. Es una mentira, subió unos pesos, no nos vengan a embaucar–.
El trabajador social, nervioso y buscando apoyo en su cómplice, le contestó que eso era cuestión de las gaseras y no de la “gloriosa” reforma:
–Es que los gaseros le suben el precio por su cuenta. Es como con la gasolina, o usted, cuando vende algo, lo vende más caro para sacarle más dinerito, ¿nocierto?–
Las mujeres lo vieron con recelo como escupiéndole a la cara sus contradicciones. El sociólogo justiciero, mientras tanto, fue descubierto por la mirada del audaz encomendado del gobierno. Unos minutos después se acercaron policías de la comunidad, denominados mayoles, y le pidieron amablemente que dejara de estar de metiche. El sociólogo se indignó por dentro y se retiró a escribir su diario de campo.

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