El fútbol como pasión

Sin lugar a dudas el fútbol es el deporte más popular del mundo. Así lo dictan el consumo de masas, la práctica colectiva de esta actividad entre niños, jóvenes y adultos; así como las ganancias millonarias que representa la comercialización del balompié.

La crítica general de este juego se concentra en el carácter alienante del mismo. Sin embargo, es conocido que la pasión por el balón ha encontrado fanáticos, incluso en aquellos intelectuales representantes de culturas o periodos enteros de pensamiento crítico. Albert Camus, por ejemplo, quien fue férreo portero de fútbol en su juventud, declaró: "Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, al fútbol se lo debo". Por su parte, Edgar Morin, filósofo francés, agregó: "No veo el fútbol como una forma de alienación moderna, lo siento más bien como una poesía colectiva".

La apropiación del deporte del esférico a la cultura popular y su acogimiento por parte de algunos pensadores no tiene otra clasificación que la de pasión. La pasión constituye todo lo humano. Sin ella, dice Balzac, la religión, la historia, la novela, el arte serían inútiles. El fútbol como pasión tiene ingredientes esenciales, sin los cuales no podría concebirse como un deporte que encabeza la pirámide de lo lúdico:

En primer lugar, el balompié es un deporte inclusivo. Desde sus orígenes este pasatiempo ha estado acompañado de un ambiente de carnaval con la participación de todos los estratos sociales, tanto a nivel de cancha como en los espacios destinados para su observación. En la práctica, este juego resulta sencillo, el único aditamento necesario es un balón, el cual en ocasiones es sustituido por una lata o un envase vacío, sobre todo en las competencias infantiles donde el grupo de amigos o compañeros escolares recrean las condiciones lúdicas del ritual deportivo. En la actualidad, según una encuesta realizada por la FIFA en 2006, aproximadamente 270 millones de personas (4% de la población) en el mundo están activamente involucradas en el fútbol, incluyendo a futbolistas de todos los niveles, árbitros y directivos.

Otro punto importante es la caracterización del fútbol como imaginario colectivo. Al grado de ser considerada como actividad cultural apegada a las prácticas religiosas. Ante una realidad desastrosa y falta de íconos sagrados representativos, el balompié reemplaza los dioses por los héroes, los escenarios de decadencia por la fe en los triunfos deportivos, la incipiente sacralidad por la admiración. La conexión entre deporte e imaginario comienza por la identificación de símbolos: los colores del equipo, el tótem que consagra la práctica mundana, las banderas nacionales y regionales, en pocas palabras, la vena que conecta a quien observa el deporte y quien lo práctica, mostrándose como uno sólo en la cancha.

Finalmente, y quizá el renglón más incisivo del deporte del balón, la comercialización del entorno futbolero. La pasión, además de ser un determinante humano, es un extraordinario material de mercado. Si bien el fútbol debe la génesis de su popularidad a su naturaleza inclusiva, el otro ingrediente de su masificación ha sido el mercado. El fútbol ha pasado de ser un deporte popular, a ser un negocio privativo, al menos en el acceso a los representativos nacionales o a los grandes clubes que absorben millones de dólares entre las entradas para el estadio, las publicidades que se pegan en los uniformes del equipo, hasta las cuentas por la transmisión de sus enfrentamientos. Ingresos que por supuesto se acumulan entre los dueños e inversionistas.

Si algo representa el fútbol es la pasión de un encuentro entre propios y extraños, y también, en el fondo, la atracción por la apuesta entre el triunfo o la derrota. El uso político e ideológico del deporte es mención aparte, acusatoria por supuesto, pero de cierta manera lógica, ya que detrás del esqueleto de lo lúdico siempre se encuentra la traición por la realidad, en otras palabras, alejar el pensamiento de los sucesos cotidianos. La realidad es negada continuamente como un ejercicio inútil de salvedad. Lo imperdonable es permitir que el placer de la pasión esté por encima de la presión de los focos rojos de nuestra realidad amedrentada.

Comentarios

Minerva dijo…
Hola
Muy buen aporte, y de acuerdo contigo, pienso que es buena la distracción, pero desgraciadamente en México usan el Futbol como medio de control de masas.
Me desesperó ver como la gente enloquecida festejó una simple victoria, se refleja que el mexicano no está acostumbrado a ganar.
Como bien dices ES IMPERDONABLE.
Un saludo.
Adolfo Lira dijo…
Condenar al fútbol sería como condenar a un instrumento, a la pistola en sí...a la mercadotecnia, que sólo es una herramienta. Totalmente de acuerdo el supeditar un deporte (cualquiera) a los problemas que vive el mundo es imperdonable. En cuanto a la religión, con eso de la iglesia de Maradona...el héroe se ha vuelto dios.
Carlos Fausto dijo…
Mucha razón es sus comentarios. También me sorprende nuestra bipolaridad nacionalista y futbolera. Notaron como pasamos de un estado frenetico de felicidad y optimismo (alimentado por las televisoras después del partido contra Francia), a una depresión post partido con la derrota ante Uruguay? Terrible no?

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