El tiempo es oro

Una de las propiedades más celebradas y privilegiadas en nuestra sociedad moderna es la rapidez. Síntoma de una sociedad enajenada con los resultados inmediatos, la celeridad es objeto de culto por los modernos eficientistas de las bolsas de valores y por los grandes capitalistas que aplican en su vida diaria, y con gran esquizofrenia, ese famoso dicho que dice: el tiempo es oro.

Pero la prontitud también se ha convertido en un requerimiento de las personas en sociedad. Una cualidad que se ha elevado al grado de virtud. Se busca con afán los productos con resultados veloces, relaciones que no duren más de lo debido, automóviles de diseño aerodinámico para correr a kilometrajes exorbitantes, comidas rápidas para el poco tiempo que disponemos entre el trabajo, cursos exprés para aprender todo lo que usted quiso saber en toda su vida, medicamentos baratos y "milagrosos" que sanan enfermedades en menos de lo que canta un gallo...

Así pues, las ilustraciones del culto a la inmediatez son varias. Pero en general, es notable la regularidad con la que opera: una promesa casi "sobrenatural" de soluciones obtenidas en un corto periodo, la publicidad masiva del producto en cuestión, el aspecto sospechoso (y de charlatanería) de los mecanismos para alcanzar el "éxito" planteado, y finalmente, la satisfacción absoluta de las necesidades (al menos como parte de la promesa).

Lo cierto es que el apresuramiento nunca ha sido una propiedad sobresaliente de la existencia de la que somos parte. La edad del universo, por ejemplo -de acuerdo a la teoría del big bang, es de 13 mil setecientos millones de años; la de la tierra se estima en unos 4500 millones; y la aparición del hombre sobre el planeta se calcula acaeció hace sólo 65 millones de años. En ninguno de los casos anteriores es determinante la premura, de facto, los procesos siempre se muestran largos y complejos.

Pero entonces ¿de dónde hemos extraído a la rapidez como fundamento de la vida social? Al parecer la respuesta más apropiada se encuentra en el sistema capitalista y sus incentivos por apresurar los procesos de acumulación del capital. Más trabajo, menos mano de obra, maquinaria intensiva para la producción en serie, resultado total: mayores ganancias. De esta manera encontramos el principal motor que traspasó las expectativas de la sociedad estructurando nuestra moderna cultura de la eficiencia: el máximo de placer, el mínimo de tiempo. Dinámica que contamina todos los aspectos de nuestro estilo de vida.

Foto: capitan-patata

Comentarios

Bayo dijo…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Bayo dijo…
Hola:

Que gran reflexión. ¡Genial!

Me acordé de un diálogo que escuché en la película Cars:

«- Hace 40 años, la carretera interestatal no existía. Los coches atravesaban el país de una manera muy distinta.

- ¿De qué hablas?
[...]
- Los coches no salían a carretera para pasar rápido. Salían para pasarla bien.

- ¿Qué pasó?

- Dejaron el pueblo a un lado para ahorrarse 10 minutos».

Saludos.

Bayo
Adolfo Lira dijo…
Su mente los dice, más ganancias poco tiempo para gastarlas. Poco tiempo para dominar al mundo y sus habitantes.
Unknown dijo…
"vale decir preciso, o sea necesito, digamos me hace falta tiempo sin tiempo." M. Benedetti.
Carlos Fausto dijo…
Gracias por sus aportes. El tiempo el tiempo... el recurso más indeseado de la humanidad.
el tiempo es oro, también es cruel, no perdona, hay que invertir bien nuestro tiempo, de lo contrario, la pasamos mal.
Me encanta tu blog, es un espacio ideal para reflexionar y divertirnos también, un saludo cordial.

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