El hombre neurótico

I
Todos los hombres son bestias feroces -aves de rapiña- apenas controlados por un fragmento de cultura. Y fundamentalmente, por el ejército de mandamientos que encarnan la represión moral y jurídica.
El triunfo de la cultura significa, ante todo, el éxito de la supresión del carácter autodestructivo y desollador de la humanidad. Sin embargo, y ya lo advierte -magistralmente- Freud en "El malestar en la cultura", la maldad semicontrolada de los seres humanos encuentra espacios de liberación continuos: un estado frenético-descontrolado, una muerte inducida, un asesinato, una violación; todas muestras irrefutables de la potencia violenta de los hombres en sociedad (el fracaso de la cultura).
El espíritu dionisíaco se encuentra atado de manos, sofocado por el espectro de lo social. Por el ente maravilloso y omnipresente de lo colectivo. Ante tal desmembramiento de lo orgiástico los sujetos actúan sólo para reproducir la cultura: trabajan, se educan, asisten al proceso civilizatorio, participan de simulacros como la democracia y se dicen felices con su vida confortante. Ningún exceso, la supresión del caos del deseo, Dionisio encadenado por Apolo.

II
Pero dentro de todos los instintos reprimidos hay uno fundamental, posiblemente el pilar de nuestra civilización dominada, el pulso sexual. La vanguardia de la búsqueda de placer con el cuerpo como estandarte ¿Acaso hay un ámbito con más leyes y represiones en las sociedades occidentales?
De esta manera, el hombre anclado en la cultura es también un hombre neurótico. El sujeto cultural es consecuentemente un tipo reprimido, y por lo tanto, potencialmente frustrado, bajo la sombra inmensa del deseo que se le prohíbe realizar. Un actor social incompleto e insano, arrasado por la dinámica occidental-burguesa, la razón liberal, el cogito cartesiano y la moral cristiana.
En otras palabras, el malestar en la cultura es la tumba de los instintos trascendentales de hombres y mujeres, principalmente el sexual. La riqueza de los contactos naturales deliberadamente establecida y sancionada por la vigilancia social.
Paradoja civilizatoria: Para vivir juntos es necesario imponer la cultura. Pero, establecer el dominio cultural representa la insanidad del hombre, ergo, la imposibilidad de su plenitud. El hombre social entonces es un ser enfermo, encadenado por una racionalidad social que lo lleva a su autodestrucción. Proceso apenas conciente en las reflexiones de los actores del teatro social.

Comentarios

Y como el instinto sexual debe "amanzarse" y "controlarse", las primeras leyes que existieron en la historia de la humanidad también impactan los actos y las costumbres sexuales:

"No cometerás adulterio"

"No desearás a la mujer de tu prójimo"

"No fornicarás"

"El que tenga relación sexual con un animal, muera sin remedio"

Etc. :P


Saludos.

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